¿Dónde comienza la historia del patrimonio arquitectónico del Banco de México? Indiscutiblemente, su Edificio Principal se sitúa en el epicentro de la constelación de inmuebles que, a lo largo de casi un siglo, han albergado las funciones de una de las instituciones fundamentales en nuestro país. Debido a su larga trayectoria, este recinto encontró un lugar en el imaginario de los mexicanos como la matriz de las operaciones que respaldan la estabilidad monetaria del país, por lo que hoy figura como uno de los principales emblemas del banco central.

Si retrocedemos al inicio de su historia, encontramos dos puntos clave que contribuyeron a que esta sea una obra sui géneris: el edificio se construyó hacia el final del periodo de exuberancia porfirista como cabecera de una empresa de seguros extranjera (1905), para renacer unos años más tarde con una nueva función y dentro de un proyecto de nación posrevolucionario que buscaba establecer una identidad propia (1927). Dadas las marcadas diferencias entre estos dos momentos, la creación de la sede del banco único de emisión en México requirió una visión integradora capaz de armonizar arquitecturas divergentes, fusionar temporalidades y proyectar mensajes acordes a esta ambiciosa iniciativa.

La adaptación de una construcción existente brindó la oportunidad de idear un lenguaje que reflejara un profundo entendimiento de la historia, al mismo tiempo que introdujera códigos plásticos novedosos e inéditos, manteniendo una conexión con el pasado y un compromiso con el futuro. Estos desafíos se abordaron desde varios niveles de integración, abarcando diversas escalas y contando con la contribución de una amalgama de conocimientos y habilidades creativas, artísticas e ingenieriles de colaboradores que se involucraron de lleno en dicha iniciativa.

A través de materiales de archivo y recursos interactivos, esta exposición presenta el recorrido que se llevó a cabo para dar forma al proyecto integral. Considerando a este edificio como una entidad en evolución que ha perdurado y resurgido en múltiples ocasiones en respuesta a sus usuarios y a quienes han intervenido en su diseño, presentamos reflexiones de artistas y arquitectos que, desde nuestra época, destacan su excepcionalidad y valor patrimonial. Estos enfoques nos invitan a continuar explorando las diversas capas de historia que constituyen esta pieza esencial en nuestro legado arquitectónico.

El edificio provisional

El Edificio Principal se ha convertido en un ícono tan emblemático que resulta difícil imaginar al Banco de México iniciando operaciones en otro inmueble. A pesar de que la elección de este edificio estaba decidida desde la administración de Álvaro Obregón, las gestiones de compra y las obras de adaptación llevaron más de cuatro años en completarse. El proceso tan prolongado obligó a los funcionarios a buscar una sede provisional en un lugar cercano. Así, en 1925 se arrendó por dos años la planta baja del edificio del Banco de Londres y México, en la esquina de 16 de septiembre y Vergara (hoy conocida como Bolívar), donde se celebró la ceremonia inaugural del recién fundado banco central.

Diseñado en 1912 por Miguel Ángel de Quevedo, el edificio se destacaba por su majestuosa fachada con columnas jónicas, un rodapié adiamantado y esculturas en relieve de motivos orgánicos y figuras humanas. Sin embargo, lo que lo hizo verdaderamente famoso fue su bóveda subterránea, una proeza ingenieril al haber sido exitosamente construida en el suelo fangoso de la capital. Este atributo desempeñó un papel crucial en la elección del Banco de México, al requerir de un sitio seguro para resguardar valores. Incluso después de establecerse, el Banco de México continuó arrendando parte de esa bóveda al Banco de Londres y México hasta que resolvió sus necesidades de espacio.

El exterior

La industria de la construcción se paralizó tras la Revolución Mexicana debido a los estragos del conflicto, al tiempo que la quiebra de numerosos propietarios dejó a varios inmuebles en estado de abandono, lo que dio lugar a una nueva perspectiva que abogó por reutilizar construcciones existentes en lugar de levantar nuevas. Así pues, el gobierno federal se embarcó en la búsqueda de edificios que pudieran albergar las operaciones del futuro Banco de México, e identificó dos candidatos que habían sido previamente ocupados por compañías de seguros: uno fue el icónico edificio de La Mexicana, conocido por su llamativa torre con un reloj en la cima, y otro el edificio de la Mutual Life Insurance Company, por el que finalmente se optó.

Erigido a principios del siglo XX, La Mutua —como se le conoció coloquialmente— se incorporó al conjunto de imponentes construcciones que se completaron durante el sexto mandato presidencial de Porfirio Díaz (1904-1911), las cuales buscaron resaltar la grandilocuencia cultural del país a través de una arquitectura ecléctica que imperó por décadas y que consistió en recuperar modelos académicos europeos de diferentes periodos históricos para incorporarlos en un sólo estilo.

Durante las etapas iniciales del diseño del Edificio Principal del Banco de México, se llegó a la conclusión de que la superficie existente no sería suficiente para albergar todas las necesidades previstas. Para cumplir con el espacio requerido y sembrar el programa arquitectónico planteado, que incluía una bóveda subterránea, se decidió ampliar el edificio a más de la mitad de su volumen original. Esta integración de nuevas funciones convirtió un esbelto prisma rectangular en un robusto volumen de planta cuadrangular.

El edificio anterior

Durante el porfiriato, las empresas de seguros se destacaron como algunas de las más exitosas, gracias a su extensa cartera de empresarios. La Mutual Life Insurance Company, una compañía aseguradora fundada en Nueva York a mediados del siglo XIX, expandió sus operaciones a México en 1886, respondiendo a la invitación de Porfirio Díaz y sumándose a la ola de empresas extranjeras que se establecieron en el país bajo la iniciativa del secretario de Hacienda, José Yves Limantour.

Para el diseño de su sede en México, los arquitectos invitados, Theodore De Lemos y August W. Cordes, incorporaron ornamentos y motivos típicos que solían utilizar en los edificios que construían en metrópolis estadounidenses. El esqueleto de hierro, conformado por un sistema de emparrillado de viguetas, fue diseñado por Gonzalo Garita y fabricado e importado desde Chicago por los Milliken Brothers. Las fachadas presentaban sillares con juntas rehundidas, propios del renacimiento italiano; en su cuerpo central, cuatro imponentes columnas de orden jónico se extendían desde el primer hasta el tercer nivel, enmarcando cinco ventanales que cerraban arcos de medio punto.

En el vestíbulo principal, dos cubos de elevadores flanqueaban un gran corredor y en ambos lados se encontraban puertas que daban acceso al área de oficinas. Este eje remataba con una escalera imperial revestida de mármol, con barandales de herrería inspirados en el renacimiento francés. Comenzaba con una rampa alineada con el corredor central y luego se bifurcaba en dos rampas semicirculares que ascendían hasta el siguiente nivel.

Con más de 5,940 metros cuadrados de espacio total en su interior, la aseguradora subarrendó más de 100 locales comerciales, lo cual era un modelo de negocio poco común en el país, pero bastante extendido en Estados Unidos.

La ampliación

Durante más de una década, La Mutua mantuvo su actividad hasta que en 1922 la aseguradora se declaró en bancarrota y gradualmente los inquilinos fueron desalojados del edificio. En ese momento, Carlos Obregón Santacilia, quien había completado recientemente su formación como arquitecto, fue invitado a proyectar la sede del Banco de México, que eventualmente lo catapultaría como uno de los arquitectos más destacados de su tiempo. La contratación también incluyó al ingeniero Federico Ramos para resolver y dirigir los sistemas constructivos, mientras que el distinguido arquitecto y urbanista Carlos Contreras fue convocado más adelante para supervisar la obra.

En sus primeros intentos, Obregón Santacilia optó por conservar la prominente escalera semicircular que pertenecía al edificio original. No obstante, después de varios esquemas, las cuatro filas de ventanas que miraban hacia el nuevo Teatro Nacional se ampliaron a siete y se habilitó un acceso vehicular contiguo al Palacio Postal; en la fachada opuesta, que apunta hacia el Zócalo, se sumaron cinco filas de ventanas a las tres existentes, agregando en la parte trasera accesos exclusivos para los pisos superiores. Tras estos cambios, el arquitecto colocó nuevamente la escalera al fondo, pero ahora en un nuevo emplazamiento que daba cara a un edificio de mayor tamaño.

Para esta ampliación, se utilizó la misma cantera blanca de 1905 proveniente de Izuantla, Hidalgo, y se realizaron ajustes mínimos en la fachada principal. Uno de los cambios más notables fue la remoción de diez cariátides que fueron sustituidas por pilastras cuadradas, y la adición de un conjunto escultórico de figuras sedentes de Manuel Centurión en donde antes se encontraba un par de lámparas con pantallas esféricas. Por su parte, las ventanas de la planta baja y el sótano se cubrieron con rejas de hierro forjado, tanto para resguardar los valores como para dar una sensación de seguridad y fortaleza. Los mascarones de león, al adaptarse al nuevo diseño del edificio, se reorganizaron manteniendo la misma secuencia, pero dejando un espacio entre cada uno.

Asimismo, se mantuvo la estructura en el lado oeste y se replicó en el lado este para conseguir la simetría que la ampliación planteaba. Esto implicó reforzar las columnas originales en concreto y recalcular las cargas del edificio para su distribución adecuada en la nueva estructura. Finalmente, se retiró una parte del entrepiso del primer nivel para crear un amplio vestíbulo con una altura de entre ocho y nueve metros, ideal para atender a cientos de clientes al día. Estos cambios en el interior se alejaron del diseño original y crearon un espacio amplio y versátil, un lienzo en blanco que invitó a Obregón Santacilia a llevar a cabo una transformación radical.

El interior

Durante el proceso de diseño del Edificio Principal se incorporaron pintores, escultores y artesanos al proyecto, quienes concibieron elementos artísticos con mensajes alusivos al progreso y la modernidad, que se fusionaron de manera integral con la arquitectura. Este enfoque representó un cambio fundamental frente a la tradición porfirista y su antecesora con respecto a añadir obras de arte a un edificio después de su construcción; por el contrario, abrazó la tendencia de Gesamtkunstwerk u «obra de arte total» (traducción del término alemán), estableciendo un precedente para los movimientos que emergieron en los años posteriores, en especial para la integración plástica que alcanzó su apogeo hacia mediados del siglo XX.

La discreta intervención arquitectónica de Obregón Santacilia en el cascarón del edificio contrastaba significativamente con sus esfuerzos por generar un edificio nuevo por dentro en donde quedara plasmado un sello propio. En su atención por el detalle, pensó desde cero cada componente de la arquitectura que encapsularía el edificio, abordando aspectos que iban desde el diseño minucioso de los barandales y balaustres hasta la identidad gráfica del Banco de México.

A diferencia del exterior, cuya arquitectura era de carácter retrospectivo, el arquitecto se decantó por un lenguaje sin precedentes en el interior. Así, tanto él como sus colaboradores se inspiraron en diversas corrientes artísticas y arquitectónicas de su época, lo que resultó en soluciones formales y espaciales que capturaban la esencia y las expresiones contingentes de su tiempo. En conjunto, estos componentes convirtieron los interiores del inmueble en un caso pionero —tanto a nivel local como mundial— del estilo que décadas más tarde se nombraría art déco.

La remodelación

En los albores del siglo XX, movimientos arquitectónicos como el art nouveau brillaban en muchas capitales culturales, pero en México contrastaban con la anquilosada tradición ecléctica y apenas se manifestaban, a menudo de forma diluida entre estilos más antiguos, sin destacar como una propuesta distintiva.

Simultáneamente, los arquitectos formados en la Academia de San Carlos estaban acogiendo las vanguardias internacionales. Se inspiraron en la integración con la naturaleza y el uso de líneas orgánicas presentes en los edificios del renombrado arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright; en la búsqueda de superficies lisas, estructuras tubulares y materiales sin adornos de la secesión vienesa liderada por el arquitecto Otto Wagner, así como en las formas dinámicas y elementos futuristas de la arquitectura expresionista que tuvo lugar en Alemania. Además, absorbieron las ideas del influyente arquitecto austriaco Adolf Loos, quien cuestionaba el uso de ornamentos decorativos en la arquitectura a lo largo de la historia.

En el mismo año que comenzó el proyecto del Edificio Principal del Banco de México tuvo lugar la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas de París, un evento que dejó una huella profunda en la historia del diseño y la arquitectura. En ese periodo se descubrieron restos arqueológicos en ciudades antiguas, que revelaron motivos gráficos geométricos y patrones visuales, más adelante sintetizados en componentes de edificios de la época y en objetos utilitarios. Paralelamente, en urbes con gran densidad de población de Estados Unidos se levantaron rascacielos que se veían obligados a retirarse en reveses escalonados a cierta altura debido a los códigos de zonificación.

Estas influencias y corrientes se reflejaron en el inmueble del Banco de México, transformándolo en un símbolo de innovación arquitectónica. Se eliminaron los recubrimientos de estuco en favor de materiales expuestos, como mármoles importados y metales brillantes; los muros se diseñaron con paños escalonados, se usaron columnas ochavadas con capiteles jónicos rectilíneos con estrías verticales y se adoptaron formas octogonales en las lámparas, mientras que las líneas simples y angulares definieron los patrones de los barandales, balaustres y pisos.

Las colaboraciones

Durante su mandato, José Vasconcelos encomendó a Carlos Obregón Santacilia sus primeros proyectos arquitectónicos, comenzando con el diseño del Pabellón de México en la Exposición Internacional de Río de Janeiro. La colaboración se extendió al Centro Escolar Benito Juárez, para el que el secretario de Educación Pública expresó su preferencia por invitar a artistas a incorporar pinturas de gran formato en edificios públicos, que consolidaran al Estado mexicano y forjaran una nueva identidad.

Obregón Santacilia adoptó una actitud similar en su carrera como arquitecto, colaborando estrechamente con pintores y escultores. En el Edificio Principal, Hans Pillig y Manuel Centurión fueron los encargados de la obra escultórica, la cual incluyó cuatro frisos en el vestíbulo, relieves en las paredes del Hall y uno de los momentos más destacados y prominentes del edificio: el plafón que contiene seis casetones con bajorrelieves decorativos de figuras humanas que simbolizan el trabajo, la abundancia y el anhelo de prosperidad. Al centro de ellas, se diseñó un tragaluz de tonos ámbar con líneas quebradizas y espigas, cuyo emplyado fue obra de Victor F. Marco.

En estos años el estridentismo estaba en pleno auge, un movimiento artístico que se diseminó, en gran parte, en publicaciones periódicas como Crisol Revista de Crítica, de corte revolucionario y marxista y cuyas portadas fueron realizadas por Fermín Revueltas. Además de su labor como ilustrador, este artista también realizó obras murales, pintura de caballete, viñetas y, en una etapa posterior, se especializó como vitralista. Gonzalo Robles,[1]  quien también había colaborado con dicha revista, invitó a Revueltas a una serie de proyectos particulares y públicos al inicio de los 30 y más tarde, cuando inició su breve dirección, le encargó el proyecto de realizar un vitral en la escalera del Edificio Principal; sin embargo, la obra original no se llevó a cabo debido al prematuro fallecimiento del artista. Décadas después, con la apertura del Museo Banco de México, se hizo una reproducción digital en el lugar donde había sido planeado.

El contexto urbano

El Edificio Principal del Banco de México ha atravesado múltiples transformaciones a lo largo de su historia, adaptándose a las cambiantes circunstancias urbanas. En sus inicios, la Mutual Life Insurance Company adquirió un terreno que anteriormente había albergado el convento de Santa Isabel, con la intención de ubicar allí sus oficinas. Sin embargo, hacia el centenario de la Independencia, el gobierno expresó su interés en ese predio para edificar una nueva sede para el Teatro Nacional (hoy el Palacio de Bellas Artes). Esto condujo a un acuerdo formalizado en marzo de 1902 mediante una permuta: a cambio del antiguo solar del convento, se entregó el predio adyacente, ubicado al otro lado de la calle Santa Isabel y delimitado al oriente por el callejón Condesa.

La ubicación del edificio en esta poligonal resultó estratégica al integrarse en un programa de reordenamiento urbano que comprendió la modernización del alumbrado público, la repavimentación y la reconfiguración de las calles y avenidas de la zona. Años más tarde, posterior a la ampliación y remodelación para albergar al banco único Emisor, se llevaron a cabo planes urbanos cada vez más organizados que abarcaban las colonias periféricas al Centro Histórico, lo que generó una expansión de la ciudad. Durante este periodo, el urbanista Carlos Contreras diseñó el plan regulador del Distrito Federal, hito en el desarrollo urbano de la capital.

A pesar de la prominente altura del Edificio Principal y la consistencia en la escala de los edificios circundantes, una década después de su inauguración, las zonas cercanas comenzaron a ver la construcción de los primeros rascacielos modernos y una diversificación en los estilos arquitectónicos que coexistieron en la misma época. A esta expansión se sumó el crecimiento del propio Banco de México, que se vio en la necesidad de ubicar sus operaciones en un cuerpo nuevo fuera de los límites del Edificio Principal, una ampliación que aumentaría paulatinamente en las décadas subsiguientes.

Evolución de la ciudad

El ministro de Hacienda, José Yves Limantour, anunció en 1901 una inversión sustancial de 10 millones de pesos para la prolongación de la Avenida 5 de Mayo, donde se encuentra la fachada principal del edificio. Este ambicioso proyecto tenía como objetivo transformar la avenida en un espacio público moderno para atraer a la alta sociedad porfiriana, lo que no sólo la convirtió en la vía más ancha del país, sino que también propició la creación de un nuevo eje comercial donde florecieron restaurantes, sastrerías, casas de moda, carbonerías y boticas.

Esta iniciativa tuvo un impacto importante en la arquitectura circundante, dando origen a una serie de edificios emblemáticos en la ciudad. Porfirio Díaz utilizó a esta zona como lienzo para albergar joyas arquitectónicas palaciegas, como la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, el Palacio de Correos y el Gran Teatro Nacional, estos últimos diseñados por el renombrado arquitecto Adamo Boari y en los que intervinieron algunos de los constructores y estructuristas principales de La Mutua.

Poco después de la apertura del Edificio Principal, el eclecticismo iba borrándose con las nuevas construcciones de la ciudad y el estilo art déco comenzó a extenderse gradualmente a la arquitectura de los edificios circundantes, creando un paisaje urbano con un lenguaje arquitectónico consistente. Sin embargo, los preceptos de arquitectos visionarios como José Villagrán desplazaron rápidamente este estilo y surgieron otros como el funcionalismo y el movimiento moderno, que alcanzaron su apogeo a mediados del siglo XX y dominaron la escena de la arquitectura mexicana.

Un nuevo edificio

Una década después de su construcción, el Edificio Principal se enfrentó a una escasez de espacio, especialmente en sus bóvedas. En respuesta, se planteó la construcción de nuevas bóvedas en un terreno cercano. Carlos Obregón Santacilia diseñó un nuevo edificio para el predio contiguo, en la intersección de las calles 5 de Mayo y el callejón Condesa. El objetivo era mantener la escala y altura del Edificio Principal, incorporando algunos de sus elementos características y añadiendo nuevas formas. Sin embargo, este proyecto se rechazó debido a las demandas incosteables del propietario del terreno.

Ante esta situación, se cambió de estrategia y se optó por adquirir otro terreno —que incluía la casa conocida como Guardiola y dos edificios adyacentes— ubicado al otro lado de la manzana. Inicialmente se consideró crear sólo una plaza con bóvedas subterráneas en este predio, pero luego se decidió que debía convertirse en un hito arquitectónico que fuera un digno remate de la avenida Juárez y de la Alameda Central. Obregón Santacilia adaptó el diseño que había trabajado a esta manzana, resolviendo una volumetría semejante al Edificio Principal y combinando elementos del estilo art déco con signos prematuros de movimientos arquitectónicos que entrarían en boga más adelante.

Para Obregón Santacilia, era esencial diseñar una gran plaza que permitiera una vista completa del Edificio Principal y los hitos arquitectónicos circundantes, contribuyendo al paisaje urbano en crecimiento. La plaza se ubicó en el lugar donde antes se encontraba el jardín de Guardiola, se amplió el antiguo callejón Condesa y se extendió hasta su edificio hermano, el primer inmueble oficial del Banco de México, creando una conexión visual entre ambos y sus respectivas manzanas. Con esto se le dio una imagen nueva a la ciudad que se entretejía con el Edificio Principal.

Aproximaciones contemporáneas

Al igual que Obregón Santacilia se aproximó a un edificio preexistente en 1925, esta exposición invita a diversas perspectivas a interactuar con el Edificio Principal desde su historia y valor patrimonial.

Entre éstas, se encuentran cinco despachos de arquitectura: LANZA se caracteriza por intervenir espacios públicos patrimoniales y convertirlos en lugares de encuentro. Escobedo Soliz destaca por su enfoque en la transformación de espacios mediante intervenciones sutiles basadas en criterios constructivos comunes. Estudio estudio se enfoca en proyectos que fusionan el arte, la arquitectura y la cultura, con una sensibilidad hacia los materiales de construcción. PALMA, por su parte, es conocido por realzar la arquitectura de edificios y activar espacios públicos a través del juego. Finalmente, RIWA arquitectura, juega un papel esencial en este grupo al ser el responsable del diseño del Museo del Banco de México, y adaptar este espacio a un nuevo uso mediante una cuidadosa intervención.

Por otro lado, dos visiones desde el arte contemporáneo: Marco Rountree destaca por su capacidad para reinterpretar hitos artísticos y arquitectónicos. Darinka Lamas establece conexiones profundas con los espacios que encuentra, desde la habitación más pequeña hasta la ciudad entera.

Cada uno de estos participantes aborda el Edificio Principal desde su propia perspectiva y ha llevado a cabo una intervención, instalación o pieza para exhibir, que entabla diálogo con el material de archivo exhibido.

Integración arquitectónica

*  Exposición
Artistas y arquitectxs expositores:
   Darinka Lamas
   Escobedo Soliz
   estudio estudio
   LANZA (Arienzo + Abascal)
   Marco Rountree
   P A L M A
   RIWA Arquitectura
   Museografía:
   Ali Silva
   Paulina Maya
   Desarrollo:
   Oficina de Exposiciones MBM
¬  Museo Banco de México
∞  noviembre 2023 – febrero 2024

Publicada en:
UnoTV
La Crónica
Caras
Sopitas
Chilango