Como con un souvenir o una postal que abstrae la identidad de una nación en un objeto manipulable, la percepción de México se ha fijado en los imaginarios foráneos a través de un compendio de imágenes digeribles que aluden a territorios paradisíacos y la fusión de culturas. Estas representaciones se han inmortalizado mediante productos culturales que acentúan lo exótico como algo rentable, mercantilizable y consumible. En la última década, el número de turistas que llegan a México –como valientes aventureros para adentrarse a territorios inexplorados y registrar su experiencia– aumenta aceleradamente. Encabezados como “México es el nuevo Berlín”, publicado por Vice en el 2017 o reconocimientos como el que The New York Times otorgó a la capital al nombrarla el destino número uno para viajar en el 2016 han sido fundamentales en permitir que el turismo represente hoy alrededor del 8.4% de la economía nacional.
Estos eventos se sitúan en la era de turismo actual. Aquella dirigida a un consumidor posmoderno que busca celebrar su individualidad para ser clasificado en términos de gusto y de lo que Pierre Bordieu denomina capital cultural. De acuerdo a éste, a finales del siglo XX, el turista promedio se desinteresa de atracciones turísticas trilladas y propias del consumo de masas para involucrarse en experiencias de viaje que le resulten inmersivas y más “auténticas”. Bajo este afán por desdibujar el límite entre la experiencia del viajero y la cotidianeidad del local han aparecido plataformas como Airbnb, la cual ofrece la experiencia de dormir, vivir y sentirse parte de los espacios donde supuestamente se desarrolla la “vida real”. Además, ofrece “experiencias genuinas” con “guías locales”, dentro del marco de la vida cotidiana local, como un bien consumible: “turismo a tu medida”.
La duración del viaje del turista contemporáneo también ha cambiado radicalmente. Si las sociedades post-industriales establecieron una clara diferenciación entre trabajo y ocio, la posibilidad de trabajar vía remota ha puesto en crisis esa distinción. El confinamiento que inició en 2020 reveló que a través de las interfaces que usamos día a día podemos ser empleados donde sea y cuando sea. Es a partir de la pandemia que la Ciudad de México se convirtió en un centro global líder para extranjeros libres de la obligación de ir a sus oficinas: los famosos digital nomads. En octubre del año pasado, el Gobierno de la Ciudad de México capitalizó esta situación y anunció alianzas con Airbnb para promover a la ciudad como capital del turismo creativo. Con estas comunidades en tránsito prolongando su tiempo de permanencia, el entorno de México se va modificando paulatinamente tanto en grandes ciudades ( Ciudad de México y Guadalajara) como en ciudades pequeñas y comunidades, principalmente en la costas (e.g. Puerto Escondido y Tulum).
Como opción predilecta para estas comunidades, Airbnb no sólo ha transformado el mercado de alquiler a corto plazo, sino el tejido mismo de la ciudad al acelerar la gentrificación de barrios y dar pie a una repentina urbanización sin planeación previa. Cada año se expulsan de la Ciudad de México a 20 mil personas por imposibilidad de pago de vivienda. Dado a su mayor capacidad adquisitiva, el nuevo perfil de inquilinos en tránsito ha provocado un aumento en los alquileres que sólo agravará este problema.Tan sólo durante 2022, los precios de alquileres incrementaron en un 235% en la Ciudad de México, respecto al año anterior. Activistas de la vivienda se refieren a este fenómeno como una “colonización moderna” que está expulsando a miles de habitantes y afectando la calidad de vida de millones. En una mayor escala, esta ola de turismo está promoviendo la construcción de infraestructura que amenaza a barrios, pueblos y comunidades provocando tensiones y desplazamientos dentro del mismo territorio, así como sobreexplotación y contaminación del entorno natural, convirtiéndose en una amenaza para la sostenibilidad y la biodiversidad.
El pabellón consiste en una escenografía central modificable a partir de comisiones que divide el espacio en un lado anverso (fachada, cara aparente) y un lado reverso (entrañas, estructura). Ambos lados funcionan como laboratorio del futuro: uno para reflejar lo que damos por sentado y otro para especular futuros posibles; realidades correlacionadas. El pabellón reflexionará en torno a las consecuencias negativas de las dinámicas actuales de turismo en México. Cada caso de estudio será abordado por una oficina de arquitectura en diálogo con especialistas y personas en vulnerabilidad provenientes de diversos contextos culturales, lingüísticos y territoriales de manera que en conjunto, generen una pieza comisionada en la que reflejen cómo se enfrentarían a esta realidad en un futuro próximo. Las especulaciones se mostrarán como una cara no vista (reverso) de condiciones actuales aparentemente legibles (anverso); la que se experimenta como forastero y que sólo revela una narrativa parcial.
Mientras todos estamos en una sala de espera, reflexionamos… Si para el llamado norte global, el problema siempre ha sido la migración de países «en vías de desarrollo» o «subdesarrollados», para un país como México –de economía intermedia–, ¿qué representa un migrante que trae consigo todos los privilegios y una moneda mucho más fuerte que la local? ¿Cómo lograr que la llegada de turismo no promueva desigualdades ni ponga en riesgo el propio sentido de pertenencia de los lugareños? El pabellón busca imaginar posibles futuros desde estas problemáticas y desde la arquitectura mexicana contemporánea para poner en perspectiva las asimetrías que las dinámicas de turismo actuales conllevan y los costos que pueden tener para la sociedad y el entorno, y así liberar tensiones entre naciones y vecinos, nativos y recién llegados, entre nosotros y nuestros otros, migrantes y no migrantes, lugareños y expats.