06. Museo El Chopo (1905)

La historia del Edificio de El Chipo comienza con una estructura estilo Jugendstil prefabricada y desarmable, diseñada por Bruno Möhring, para ser cuarto de máquinas de la metalúrgica Gutehoffnungshütte. El edificio de hierro, tabique prensado y cristal albergó en 1902 la Exposición de Arte e Industria Textil, en Düsseldorf, Alemania.
La Compañía Mexicana de Exposición Permanente, S. A., compró tres de las cuatro salas de exhibición del colosal edificio. En partes, la estructura fue desmontada y embarcada y así emigró a la Ciudad de México. Sus piezas, llegaron por tren a la antigua estación de Buenavista, muy cerca del sitio que se había elegido para su construcción: el número 10 de la calle de Chopo (hoy Enrique González Martínez), en la naciente colonia Santa María la Ribera, primera colonia planeada y fraccionada de la ciudad.

Durante una Exposición de Arte Industrial, se cedió el edificio para que la delegación japonesa montara en él una Exposición de Arte Industrial. A partir de ese momento, el edificio se conoció popularmente como ‘El pabellón japonés’. Iniciando el mes de diciembre del año 1913, es inaugurado el Museo de Historia Natural, denominado el primer museo nacional dedicado a las ciencias naturales. Tras consumarse la autonomía universitaria, en 1929, el edificio pasó a integrar el patrimonio de la UNAM, y continuó albergando la colección, cuya propiedad compartían el Departamento del Distrito Federal y el Ministerio de Salud.Las malas condiciones del edificio y la merma de su acervo, ocasionaron el cierre definitivo del Museo en el año 1964. Fue en el año de 1973, cuando se inició el trabajo de rescate del inmueble, después de casi dos años. Desde su inauguración, el Chopo fue un centro promotor del arte contemporáneo caracterizado por su vocación innovadora y su carácter incluyente y plural que pronto lo posicionaron como un referente obligado del arte de vanguardia.

13. Silla Corona (1928)

Si bien la Silla Corona se asocia hoy en día al diseño producido en México, sus orígenes se remontan al constructivismo ruso. La silla surgió como una adaptación de alguno de los tantos prototipos de mobiliario plegable que pertenecieron a la vanguardia y cuyo idealismo racional cumplía con el principio de máxima utilidad. Éstos se usaban en eventos que reunían a aglomeraciones y se presentaron como piezas altamente democráticas al adaptarse con facilidad a las necesidades ergonómicas de cualquier usuario.

De esta manera, estas sillas jugaron un rol de adoctrinamiento, al recordar a quien hacía uso de ella, su posición dentro de la organización de clases de aquel contexto. En México se aprovechó el poder discursivo de estos objetos ya no como vehículos de adoctrinamiento político sino como artículos promocionales. La Cervecería Corona apostó por romper con el radio y el papel como plataformas de difusión para, en su lugar, ocupar el espacio público, al patentar este modelo, revestirlo con su logo y producirlo en serie.

En cuestión de décadas, la forma y el mecanismo de la Silla Corona aunados a su bajo costo, hicieron que ésta apareciera en todos lados, convirtiéndola en una imagen omnipresente. La sinergia entre la ingeniería propia del constructivismo ruso y las estrategias mercadológicas a las cuales el diseño original se enfrentó al llegar a la Ciudad de México, hicieron que la Silla Corona, formara parte del imaginario colectivo y se sumara al conglomerado de signos que comprenden nuestra identidad.14. Hipódromo Condesa (1928)

La Revolución Mexicana provocó la migración de miles de mexicanos a la ciudad que buscaban espacios habitables fuera de localidades impactadas por la lucha armada. La población del país se redujo 5.2% en la década revolucionaria, la del la ciudad en cambio creció 25.7%. Esta expansión constituyó inversiones rentables con lo que viejos ranchos y haciendas –en concreto las localizadas en zonas con buena comunicación al viejo casco histórico de la capital– se fraccionaron.

La Compañía Fraccionadora y Constructora de la Condesa decidió fraccionar los terrenos de lo que era la pista de carreras de caballos del Jockey Club de México. El responsable del diseño de esta nueva colonia fue José Luis Cuevas, quien ya había diseñado Chapultepec Heights. El arquitecto había realizado sus estudios de Oxford donde recibió una gran influencia de la escuela urbanística de la Ciudad Jardín, fundado por Ebenezer Howard. Ésta –entre otros principios– buscaba mejorar la calidad de vida mediante la síntesis armoniosa entre el campo y la ciudad.

El trazo de la Hipódromo Condesa, se guió por este esquema al partir de un gran jardín –hoy el parque México– en el que se construyó un foro al aire libre y alrededor del cual se dispusieron avenidas semicirculares con amplios bulevares,  camellones y glorietas que se acondicionaron con fuentes, bancas y candelabros fabricados con concreto y azulejo. Para su diseño se respetó parte del trazo del antiguo hipódromo de forma elíptica, que dio origen a la Avenida Amsterdam.

La Hipódromo Condesa se convirtió en orgullo de la ciudad por su enorme parque y por la calidad de los servicios que ofrecía. En febrero de 1926 acudieron los contratistas y los miembros del ayuntamiento a la inauguración de las obras, en Agosto del siguiente año se estrenó el alumbrado público con un gran festival y juegos pirotécnicos, música, un combate de flores al que asistieron muchos capitalinos y un banquete que los contratistas ofrecieron los miembros del ayuntamiento con el fin de hacer patente su agradecimiento por todas las facilidades que brindaron para la construcción de la colonia

15. Secretaría de Salubridad (1929)

El edificio de la Secretaría de Salubridad y Asistencia fue el primer inmueble que construyó el gobierno posrevolucionario, razón por la cual se ubicó al lado de la Puerta de los Leones del Castillo de Chapultepec. Este privilegiado emplazamiento lo convirtió en el primer edificio dentro de la ruta que tomaría el presidente hacia al Palacio Nacional.

Carlos Obregón de Santacilia mantuvo algunos de los distintivos de lo que se entendía como arquitectura mexicana en la época al usar materiales regionales como recinto y cantera y organizar el programa arquitectónico en torno a un patio central con espacios porticados. Las ventanas fueron accesorizadas con elementos de metálicos diseñados por William Spratling y la fachada pétrea –que hoy da la cara a la Torre Mayor– portaba en sí murales en relieve diseñados por Hans Pillig cargados de símbolos culturales e históricos.

Uno de los murales mostraba diferentes utensilios de laboratorio que representaban las ambiciones de importar los avances científicos y tecnológicos de las naciones modernas a un México próspero que se iba situando como gran potencia en materia de educación. En otro se podían apreciar frutas, algunas que pertenecían a la rica herencia gastronómica del país, y que se presentaban como propaganda de los hábitos alimenticios idóneos dentro de la dieta mexicana. Este gesto perfiló a la secretaría como un organismo consciente no sólo de su labor regulativo sino también de las tradiciones locales ya que en el mural, las frutas descansan sobre cestos que hacen alusión a las artesanías típicas que se hacían en el país.

17. Concurso de vivienda obrera mínima (1932)

En 1932, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, por medio de su empresa, Muestrario de la Construcción Moderna, abrió un concurso para arquitectos e ingenieros del Distrito Federal para el proyecto y construcción de la casa obrera mínima, prototipo de costo mínimo que satisficiera las necesidades de habitar de esas familias. El concurso planteaba analizar las condiciones de vivienda de la población asalariada para proponer mejoras que dignificaran los espacios domésticos de la clase proletaria y renovaran su calidad de vida.

El primer lugar del concurso lo ganó Juan Legarreta y Justino Fernández, el segundo lugar le correspondió a Enrique Yánez y el tercero a Augusto Pérez Palacios y Carlos Tarditti. Juan O’Gorman obtuvo una mención al presentar un proyecto para un multifamiliar en vez de una casa

En  septiembre de 1933 se termina la construcción de los primeros conjuntos habitacionales que se desarrollan a partir de la propuesta ganadora en la colonia Balbuena. Estos consistieron en 120 viviendas agrupadas en cuatro manzanas, al centro del proyecto se ubicaba un jardín, el «Jardín Obrero».

Se definieron tres tipos de vivienda, que iban de los 44 a los 66 metros cuadrados. La más pequeña era de un sólo nivel y las grandes de dos y estaban equipadas con un espacio para taller o local comercial.

Los interiores del proyecto estaban pensados en función del ama de casa quien es la que pertenece mayor tiempo en el hogar. Esto explica que desde su ‘área de trabajo’ –cocina-comedor y azotehuela– tenía control al acceso de la vivienda. Esta zona junto con la estancia, se encontraba próxima a la terraza donde los hijos podían recibir a las visitas.  El baño además era de uso múltiple, permitiendo tener acceso al inodoro y al lavabo-regadera de manera independiente.

18. Escuelas primarias (1932)

En 1932, Narciso Bassols, secretario de educación pública encargó a Juan O’ Gorman 24 escuelas. Esta iniciativa buscaba aumentar la oferta a la alta demanda de escuelas en colonias populares y en pequeños poblados de la periferia. El arquitecto resultó ser una gran opción para el volumen de producción que se requería; así logró exitosamente construir el total de escuelas en un tiempo récord y con un presupuesto de tan sólo un millón de pesos.

Los edificios se diseñaron a partir de módulos que se fueron repitiendo y adaptando al número de alumnos y de metros cuadrados que requería cada proyecto. En las plantas, O’ Gorman tomó el número tres como común denominador, y así definió los ejes sobre los cuales se levantarían los muros. Según esta lógica, los salones quedaron de 6 x 9 m y el resto del programa (almacenes, bibliotecas, dirección) se ajustó a   3 x 3 ó 3 x 6 dejando las circulaciones de 1.5 m de ancho.

Esta modulación posibilitó la construcción múltiple de las escuelas e hizo que su producción fuera más económica, aunque lo que realmente permitió su mínimo costo fueron los acabados: los pisos de las aulas eran de cemento y los de los corredores y las oficinas, de asfalto; por otra parte, los aplanados en muros, eran de mezcla de cal y arena. Los edificios además se caracterizaron por sus soluciones funcionales pensadas en lograr una máxima eficiencia y por los llamativos letreros rotulados en las fachadas que encarnaban en su tipografía la retórica del modernismo mexicano.

31. Pedregal de San Ángel (1949)

A principios de los años 40, Luis Barragán visitó por recomendación del poeta Carlos Pellicer los terrenos que hoy conforman a El Pedregal de San Ángel. El ecosistema xerófilo que ya había sido visitado por varios viajeros y exploradores, llamó la atención al arquitecto por la roca volcánica que tapizaba su suelo, producto del derrame de lava del Xitle y conos adyacentes hacía siglos atrás. Tras hacer una serie de visitas con el Dr. Atl y Armando Salas Portugal en donde ideó la creación de un nuevo centro suburbano, Barragán comenzó a comprar terrenos en la zona e incorporó a algunos inversionistas para el proyecto que tenía en mente.

En octubre de 1945, Diego Rivera publicó un ensayo titulado ‘Requisitos para la organización de El Pedregal’. En él destacó el potencial de El Pedregal como zona residencial y enunció ciertas condiciones que había que seguir para que, en caso de ser intervenido, éste no perdiera su personalidad. Para su fraccionamiento, había que establecer un mínimo de metros cuadrados que permitiera usar no más de 1/6 de los terrenos para construcción; para las calles, había que seguir los contornos de la topografía existente; para el paisaje había que conservar la roca y vegetación endémicos; y para las construcciones, había que usar evitar el estilo neocolonial californiano. Barragán aparentemente habría promovido el uso de estas premisas de Rivera en un texto que se cree fue escrito por él.  Más adelante acentuaría la importancia de construir en armonía con el contexto natural, por lo que los edificios tendrían que constar de formas minimalistas, líneas rectas, superficies planas y formas geométricas primarias.

Para 1949, el urbanista Carlos Contreras, colaborador de Barragán, publicó un plano de la traza urbana del nuevo fraccionamiento junto con un texto que explicaba cómo el diseño de la retícula amorfa había sido guiado por el flujo de la lava y en el que mencionaba que las calles y banquetas ya pavimentados estaban ahora desprovistas de órganos cactáceos –ignorando los anhelos de Rivera–. El anuncio antecedería a una campaña publicitaria que consistía en fotografías de  de paisajes pétreos cargados de misterio, misticismo y magia, tomadas por Armando Salas Portugal, cuya abstracción y minimalismo parecían invitar a ojos con entrenamiento estético a ser valoradas, y descripciones que subrayarían el carácter privado y aislado de las viviendas. Ambos gestos funcionarían como gancho comercial para una clase acaudalada y esnob que buscaría elevar su estatus en una zona exclusiva.

A pesar de la participación de arquitectos modernos como Francisco Artigas, Manuel Rosen y Antonio Attolini, gran parte de los lotes amurallados del Pedregal acomodaron a propietarios que hicieron poco caso a las pretenciones de Barragán. Las regulaciones que el arquitecto vería como una oportunidad de levantar edificios limpios y modernos, abrazados por amplios espacios verdes de meditación y serenidad y confinados por un paramento de piedra continuo, se convirtieron en concesiones para edificar caprichos ostentosos y fortificarlos. A pocos años de su inauguración, Barragán declaró que sólo 6 casas de las 50 que había construidas le gustaban, décadas después muchos de los terrenos se subdividieron para convertirse en condominios horizontales.

35. Ciudad Universitaria (1952)

Los primeros intentos de la construcción de una Ciudad Universitaria en el país se remontan al 7 de noviembre de 1928, fecha en la que los estudiantes la Escuela Nacional de Arquitectura Mauricio de Maria y Campos y Marcial Gutiérrez Camarena presentaron una tesis que planteaba la creación de un nuevo campus para la Universidad de México. Sería hasta 18 años después –y debido a la alta demanda de plazas en instituciones de educación superior– que el presidente en turno, Manuel Ávila Camacho, expediría un decreto de expropiación de unos terrenos ubicados en el Pedregal de San Ángel para que se reubicar a la Universidad Nacional Autónoma de México en un sólo conjunto. Con el ingreso de Miguel Alemán a la presidencia, se contó con los recursos para financiar el proyecto y echarlo a andar.

La Comisión de la Ciudad Universitaria convocó en 1946 a un concurso para realizar el plan maestro en el que invitó a participar a la Sociedad de Arquitectos Mexicanos, al Colegio Nacional de Arquitectos de México –que había sido fundado un unos meses antes por Mario Pani– y a la Escuela Nacional de Arquitectura. Esta última realiza a su vez una repentina de propuestas dirigida a un grupo de arquitectos entre los que se encontraban los seis profesores de composición arquitectónica: Mario Pani, Enrique del Moral, Mauricio M. Campos, Alonso Mariscal, Augusto H. Alvarez y Augusto Perez Palacios, además de Vladimir Kaspé, y Domingo García Ramos.

El jurado de concurso fue constituido por los propios concursantes y el fallo favoreció a dos proyectos muy similares entres sí, de los arquitectos Pani y Del Moral. El plan maestro se organizó a partir de un eje rector a lo largo del cual se disponían edificios administrativos y facultades integrados a la topografía y  limitados por grandes espacios abiertos. Los arquitectos se guiaron principios establecidos en la Carta de Atenas en donde se manifestaba la importancia que el Movimiento Moderno confería al espacio público.

Ciudad Universitaria respondió exitosamente a los 25,000 alumnos que pretendía alojar en la época. En ella conviven edificios icónicos como el estadio de Augusto Perez Palacios, Jorge Bravo y Raul Salinas; los frontones de Alberto T. Arai; la Biblioteca Central de Juan O´Gorman, Juan Martinez de Velasco y Gustavo Saavedra; la Torre de Rectoría de Mario Pani, Enrique del Moral y Salvador Ortega, y la Facultad de Medicina de Pedro Ramirez Vazquez, Roberto Alvarez Espinosa y Ramon Torres.

38. Centro Urbano Presidente Juárez (1952)

Tras el éxito del Centro Urbano Miguel Alemán y la rápida ocupación de sus unidades, la Dirección General de Pensiones encargó a Mario Pani el diseño de un nuevo multifamiliar. El terreno elegido para el proyecto se hallaba una supermanzana ubicada en la colonia Roma que entre áreas verdes extensas contenía –además de un centro deportivo– un prominente edificio neoclásico y uno neocolonial. El Centro Urbano Presidente Juárez, cuyo diseño era afín a los principios de Le Corbusier, sustituiría al Estadio Nacional, diseñado por José Vasconcelos y colindaría con la escuela Benito Juárez, diseñada por Obregón de Santacilia y, a diferencia del CUPA –que estaba limitado por calles–, éste se ubicaría dentro de un parque.

Si en el CUPA había que enfatizar la nota de victoria ante un programa exigente, el ‘Presidente Juárez’ se presentó más racional y más suavizado y esto se hizo evidente en 3 alternativas: se llevaron a cabo inversiones más elevadas pero que reducían costos de mantenimiento a largo plazo, se aumentó el número de tipos de departamentos a 12 variedades respondiendo a los diferentes tipos de familias que se alojarían ahí y se aprovechó la presencia del parque de la Piedad alrededor para extender las áreas públicas y verdes, dándole al conjunto una extensión de 250,000 metros cuadrados.

De los 19 edificios de entre tres y diecinueve niveles, más de la mitad alojó en algunos de sus elementos arquitectónicos la obra de Carlos Mérida y formaría parte del programa de integración plástica más grande que se ha dado en México: un muro interior de la guardería infantil, bloques salientes exteriores (correspondientes a los clósets de los departamentos), remates de edificios y tableros, y cubos de escaleras; todos ellos realizados en concreto tallado y coloreados parcialmente con vinelita. A este distintivo se le sumó el de desplazar a la calle de Orizaba a desnivel con el fin de no tener que partir la manzana.

Este conjunto habitacional llegó a ser ocupado por unas cinco mil personas que habitaron sus 984 departamentos. Mario Pani había recibido la certificación de expertos ingenieros expertos en suelos pero los cálculos hechos no fueron suficientes para librar, 33 años después, la fuerza de los sismos del 19 de septiembre de 1985. Los edificios que no se colapsaron fueron inmediatamente demolidos y de la intervención de Mérida en ellos, sólo quedaron fotografías de la época.

42. Cuevas Civilizadas (1953)

Carlos Lazo fue parte de esa la generación de arquitectos en México que vivió el sobrecogedor impacto mediático de la Segunda Guerra Mundial y la escala de destrucción de los bombardeos nucleares en Hiroshima y Nagasaki.. La década de los cincuenta dio pie a la Guerra Fría, con su ambiente bipolar  de optimismo y esperanza en los avances tecnológicos y científicos, pero también la paranoia latente de la posible aniquilación.  Cinco años después de la construcción del CUPA, Lazo propuso un modelo de vivienda popular experimental cuya arquitectura difería radicalmente del proyecto de Pani, sobre todo en la forma en que se adaptaba al paisaje, funcionando al mismo tiempo como una serie de habitáculos y defensas atómicas y antiaéreas.

En las memorias oficiales de la SCOP se explica como antecedente del proyecto que «los sistemas constructivos comunes aplicados a la habitación popular no han llegado a solucionar el problema económico base para su realización, ni aún en el caso de la estandarización de elementos, por lo que se ha intentado una solución: excavar un terreno adecuado evitándose así la estructura elemental.” El cuadrante que se eligió para las Cuevas de Belén se ubicaba en Belén de las Flores, al margen de la carretera a Toluca, y presentaba una pendiente considerable (mayor a 30 grados) que se cortaría de forma sucesiva y escalonada. La proyección en planta del conjunto dejaba entrever las terrazas que comprenderían las circulaciones y patios de servicio y, el alzado frontal, revelaba los peraltes que, al ser excavados para ubicar cada unidad, constituirían el paramento de fachadas por las cuales se iluminarían y ventilarían las viviendas y se tendría acceso a ellas.

Cada célula –como las llamaba Lazo– era abovedada, por lo que estaba desprovista de muros intermedios y techo. Dentro de sus 60 metros cuadrados, se hallaba un núcleo de servicios prefabricado, constituido por la cocina y el baño; una estancia y una recámara en la cual cabían hasta cuatro camas por medio de una división informal. Las fachadas de 2 metros de cristal y cancelería metálica contrastaban con la superficie orgánica de las unidades y el carácter vernáculo del conjunto. Los inquilinos pagarían 10,000 pesos –de la época– para vivir ahí y el proyecto original contemplaba servicios integrales así como áreas comerciales y recreativas.

Lazo no viviría para ver las Cuevas de Belén finalizadas. Como lo cuenta Lourdes Cruz en ‘La segunda modernidad’, tras su muerte, alrededor del 80% de las viviendas estarían finalizadas. La autora añade que los vecinos fueron transformando el sitio con el pasar de los años hasta consolidarlo como colonia  al añadir nuevas avenidas, banquetas y lograr que la zona fuera suministrada con los servicios necesarios. Las autoridades por otro lado desatenderían al conjunto y la falta de mantenimiento provocaría el reblandecimiento de la tierra en algunas cuevas. Tras el deslave de una de las unidades, a finales de los años 80, las autoridades vaciaron las viviendas, rellenaron las cavidades y les dieron a los colonos material y lotes para reconstruir sus viviendas, afuera de las cuevas que alguna vez fueron sus hogares.

46. Torre Latinoamericana (1953)

En 1948 la empresa ‘La Latinoamericana, Seguros de Vida, S.A.’ le encargó a Augusto H. Álvarez el diseño de un rascacielos que la posicionara como una de las aseguradoras más importantes del país. El director de la empresa le mostró al arquitecto fotografías del Empire State de Nueva York y le pidió un edificio que luciera igual dentro de la Ciudad de México; el edificio tenía que ser simbólico.

El reto resultó ser doble, no sólo había que diseñar un rascacielos llamativo sino que el predio donde ésta se erigiría era un enemigo para un edificio masivo cómo el que se contemplaba. El ingeniero Leonardo Zeevaert hizo un profundo estudio del subsuelo y su vulnerabilidad ante movimientos telúricos para determinar cuál sería el sistema que aseguraría la viabilidad estructural del proyecto. La conclusión fue que el sistema tenía que ser altamente resistente y debía responder a un nivel de suelo que iba en descenso constante debido a su ubicación en zona lacustre.

Esta encrucijada los llevó a él, al arquitecto y a su equipo a diseñar en una cimentación de concreto que literalmente flotaba. Ésta se logró hincando 361 pilotes de fricción hasta 31 m de profundidad los cuales descenderían en consonancia con la inundación natural del terreno y mantendrían al edificio firme.

Este ingenioso sistema permitió levantar 3 sótanos y una estructura rígida de 44 pisos que pesaba 3200 toneladas y se elevaban a 134 metros más un pararrayos de 54 metros, totalizando 188 metros sobre el nivel de la calle.

La Torre Latinoamericana se hizo acredora de muchos títulos; fue el edificio más grande con fachada de vidrio y aluminio, el rascacielos más alto de América Latina y el primer rascacielos en construirse en una zona de alto riesgo sísmico. Estos reconocimientos además de convertirla en ejemplo para otros edificios, la han destinado a seguirle el paso a la ciudad que lo ha envejecer dignamente, habiendo resistido los sismos de 1957, 1985 y 2017.

52. CAPFCE (1962)

En 1943, tras la renuncia del secretario de educación pública en turno, a raíz de tensiones que existían con el sindicato de maestros, Manuel Ávila Camacho ascendió a su subsecretario de Relaciones Exteriores Torres a ministro de la SEP. Además de reparar los errores de su antecesor, Jaime Torres Bodet crearía el CAPFCE, un proyecto de planeación escolar que buscaba responder a un contexto en el que se requerían más de 45,000 aulas en zonas rurales y que tendría un impacto nacional que no se habría visto desde José Vasconcelos y que sería tan ambicioso como las obras constuídas de Narciso Bassols.

Torres Bodet puso al frente del CAPFCE a José Luis Cuevas quien estableció jefaturas en cada estado del país encabezadas por destacados arquitectos como Enrique del Moral, Enrique de la Mora y Alfonso Mariscal. Pedro Ramírez Vázquez que para aquella época trabajaba como dibujante en el Departamento de Conservación de Edficios de la Secretaría de Educación Pública, se incorporó a última hora como sustituto de Antonio Pastrana y por orden de Cuevas.

Sucediendo a una breve estancia en Tabasco, Ramírez Vázquez regresó para quedar a cargo de los dibujantes del departamento en el que trabajaba. Torres Bodet termino su cargo al fin del sexenio y volvió a ser elegido en 1958 por Adolfo López Mateos. Su gestión arrancó con el plan de 11 años, que pretendía cubrir por completo la demanda de educación primaria en el país. Pedro Ramírez Vázquez se reincorporó al equipo de secretario como gerente gral de la CAPFCE, puesto desde el cual concibió el Aula Casa Rural: una armazón metálica prefabricada ligera fácil de armar y desmontar y fácil de transportar, que podría recibir muros y techumbres de diversos materiales y así adaptarse a la oferta y la geografía de cada región.

La construcción de estos eran parte de un proceso participativo entre el gobierno y las comunidades beneficiadas: la población daba el terreno y la CAPFCE la cimentación, la estructura y el mobiliario para interiores. El pueblo se encargaba de rellenar los muros con adobe, tabique, piedra, tabique prensado o el material que hubiera mano y según sus sistemas constructivos.

El sistema resolvió un problema social de infraestructura educativa al servir como base para la construcción de más de 35,000 escuelas. También se aplicó en países de América Latina, India, Italia, Indonesia y Yugoslavia. Además resonó internacionalmente al ganar la medalla de oro en la Bienal de Venecia dedicada –precisamente– a escuelas rurales y al aparecer en publicaciones como Reader’s Digest que la presentó con el encabezado de: ‘Casas ‘instantáneas’ de México’

57. Silla Hille (1963)

En 1948, Roy Day ganó junto con Clive Latimer una de las categorías del concurso de ‘Mobiliario de bajo costo’ convocado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, mismo en el que habían participado Clara Porset y Xavier Guerrero. Este triunfo lo impulsó a trabajar para la firma inglesa de muebles modernos ‘Hille’.

Durante la segunda mitad del siglo XX, los países involucrados en las dos guerras mundiales vivieron un proceso de reconstrucción lento y paulatino y, frente a este contexto, los diseñadores abocaron sus esfuerzos a formas de producción masiva y económica. Las industrias por su parte, aprovecharon nuevas tecnologías como el propileno, que se obtuvo de forma cristalizada hasta 1954. Influenciado por la Bauhaus, Robin Day trabajó con Hille durante tres años en el desarrollo de la primera silla fabricada con este material, presuponiendo que éste sería rentable y duradero. La silla ‘Polypropylene’, lanzada en 1963, consistía en un respaldo del hecho a base de inyección de plástico, sujetado a una base tubular de acero.

El modelo se comercializó rápidamente gracias a su bajo costo y a su fácil adaptabilidad a diferentes espacios como escuelas, oficinas, estaciones de autobuses y tiendas. La silla además se popularizó en salas de conciertos por lo que no es de extrañarse que para los juegos olímpicos de 1968 el mobiliario del estadio olímpico fuera comisionado a Robin Day. Con PM Steele como fabricante, se produjeron asientos para 38,000 personas.

Hasta la fecha, bajo la licencia de  Hille, se han producido y vendido más de 20 millones de unidades de la silla ‘Polypropylene’ en más de 30 países, convirtiéndola en un mueble omnipresente y a la vez, un ícono de diseño.

59. Tlatelolco (1965)

El Conjunto Urbano Presidente López Mateos,  realizado por Mario Pani, está ubicado a unos cuantos kilómetros al noroeste del Zócalo de la ciudad de México. Inaugurado en 1964, el conjunto colinda con ruinas mexicas, un convento colonial convertido en patrimonio nacional y la nueva Secretaría de Relaciones Exteriores diseñada por Pedro Ramírez Vázquez (1966).

El Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco es un ejemplo tardío del cambio de tendencia del Estado, iniciado en los años cuarenta, hacia la realización de proyectos de bienestar social y de transporte en gran escala. Estos proyectos tuvieron un fuerte impacto mediático pues alteraron profundamente el tejido urbano de la ciudad de México bajo el estandarte de la modernización. Los medios locales lo apodaron “el proyectazo”, descripción situada entre el asombro y la velada reprobación.

El proyecto de Pani no logró realizarse en su totalidad, Tlatelolco únicamente representaba la primera parte de la transformación de la “Herradura de Tugurios” (nombre que se dio a la zona de vecindades y barrios circundantes del Centro Histórico) que desde la visión del gobierno de Adolfo López Mateos perjudicaba el desarrollo del país. El proyecto completo llegaba hasta los actuales terrenos de la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente y la Cámara de Diputados de San Lázaro, por lo que de haber continuado el plan original, las colonias Tepito, Morelos, Merced, Penitenciaría, entre otras, hubieran desaparecido al dar lugar a grandes conjuntos urbanos.

Desde el CUPA, Pani proponía un modelo basado en la verticalidad, la introducción de un extenso hábitat autocontenido con gran infraestructura y equipamiento urbano digno de una ciudad propia, la provisión de servicios exclusivos y el goce de amplios espacios abiertos. Aunque estos proyectos buscaban abordar problemas específico (escasez de vivienda, embotellamientos, etcétera), también servían como gestos de la magnanimidad del estado en un momento que la transformación de la ciudad capital a una ciudad de capital parecía desigual, o incluso estructuralmente frágil.

60. Museo de Antropología (1964)

Una de las tareas principales de Jaime Torres Bodet durante su segunda gestión como ministro de la SEP fue la de promover la construcción de edificios culturales y acondicionarlos como espacios didácticos. En el discurso que pronunció durante un congreso, el Secretario de Educación Pública recuperó unas palabras de Justo Sierra que reiteraban la necesidad de ‘realizar un museo digno de nuestra antropología’. López Mateos concluyó su administración –entre otros proyectos– con la transferencia de museos importantes al poniente de la ciudad y su institucionalización, restándole al centro histórico, su monopolio cultural. Convencido por Torres Bodet y motivado por sus aires despilfarradores, el presidente duplicó el presupuesto que éste proponía para erigir un museo en el que ‘los mexicanos al salir de él, salieran orgullosos de ser mexicanos’.

Torres Bodet puso en manos de su ya arquitecto de cabecilla Pedro Ramírez Vázquez, la construcción del Museo de Antropología en un terreno dentro del Bosque de Chapultepec. Renuente a los tradicionales esquemas europeos de grandes pasillos y galerías unidireccionales, Ramírez Vázquez se remitió al cuadrangular precolombino para permitir la libre distribución a cada sala y aprovechó este formato para abrirse al privilegiado entorno natural, habilitando áreas verdes y un estanque; los volúmenes circundantes que serían revestidos con una piel metálica podían ser autónomos y a su vez, parte de un recorrido secuencial.

Una preocupación fundamental fue cubrir el área de más de 3,000 metros cuadrados para que los visitantes pudieran desplazarse entre las salas y permanecer en el patio mientras lloviera. Ramírez Vázquez diseñó entonces un paraguas: una cubierta suspendida sobre un mástil que además funcionaba como tótem al estar revestido en bronce con un relieve escultórico hecho por los hermanos Chávez Morado. La composición –guiada por Torres Bodet– representaba la universalidad de la cultura mexicana y tomaba como eje rector a los cuatro puntos cardinales. Alrededor de la columna, quedaba un anillo de luz que dejaba descubierta la estructura radial de viguetas de acero y remataba con una caída de agua circular.

A pesar del carácter contemporáneo del museo y su alarde tecnológico, el concepto del proyecto se suscribió a la vocación de López Mateos de reforzar el nacionalismo, por lo que se valió de soportes y elementos referenciados una y otra vez en lo prehispánico. Así, el edificio se convirtió en un ejemplo más de síntesis entre lo moderno y lo antiguo.

64. Monorriel (1965)

Durante su trayectoria, Mario Pani realizó varios proyectos para adecuar o construir vialidades. En los años sesenta propuso un sistema de monorrieles para la Ciudad de México en sociedad con la compañía Alweg, entonces propiedad del sueco Axel Wenner-Gren. Las láminas de los estudios y proyectos de transporte público que se presentaron muestran propuestas de distintas rutas de monorrieles para la Ciudad de México, soluciones técnicas para su construcción y anteproyectos para distintas estaciones.

El proyecto presentaba una alternativa fuerte a la propuesta del tren subterráneo que ya se había propuesto en reiteradas ocasiones y había sido rechazado por las desventajas que representa el suelo de la ciudad: es pantanoso, susceptible a inundaciones y altamente sísmico. Uruchurtu fue de los grandes oponentes y fue hasta su salida, cuando Díaz Ordaz se decidió por el STC metro, habiendo considerado la construcción del monorriel.

Pani consideraba los monorrieles como una alternativa más práctica y económica que el transporte subterráneo. En visitas a Monterrey en 1968 y 1976, Pani propuso que la ciudad se desarrollara a partir de multifamiliares que se conectaran al centro y la periferia por medio de monorrieles.

64. Monorriel

Durante su trayectoria, Mario Pani realizó varios proyectos para adecuar o construir vialidades. En los años sesenta propuso un sistema de monorrieles para la Ciudad de México en sociedad con la compañía Alweg, entonces propiedad del sueco Axel Wenner-Gren. Las láminas de los estudios y proyectos de transporte público que se presentaron muestran propuestas de distintas rutas de monorrieles para la Ciudad de México, soluciones técnicas para su construcción y anteproyectos para distintas estaciones.

El proyecto presentaba una alternativa fuerte a la propuesta del tren subterráneo que ya se había propuesto en reiteradas ocasiones y había sido rechazado por las desventajas que representa el suelo de la ciudad: es pantanoso, susceptible a inundaciones y altamente sísmico. Uruchurtu fue de los grandes oponentes y fue hasta su salida, cuando Díaz Ordaz se decidió por el STC metro, habiendo considerado la construcción del monorriel.Pani consideraba los monorrieles como una alternativa más práctica y económica que el transporte subterráneo. En visitas a Monterrey en 1968 y 1976, Pani propuso que la ciudad se desarrollara a partir de multifamiliares que se conectaran al centro y la periferia por medio de monorrieles.

67. Rutas olímpicas (1968)

Los Juegos Olímpicos de 1968, que se celebraron en la Ciudad de México arrancaron con un presupuesto limitado. Pedro Ramírez Vázquez quien dirigió el Comité Organizador, optó por poner menos atención en instalaciones deportivas y más en una campaña publicitaria que circulara fácilmente por medios nacionales e internacionales. Al proyecto de identidad gráfica que ideó, se sumaron Eduardo Terrazas y Lance Wyman y en conjunto planearon el diseño de materiales promocionales e infraestructura urbana promocional.

Toda la identidad gráfica estaba basada en el slogan ‘todo es posible en paz’ por lo que en gran parte de ella se empleó la paloma de la paz, incluidos unos banderines olímpicos que se instalaron en varias partes de la ciudad. La paloma resultó ser un ícono ideal por figurar como símbolo de paz frente a tensiones entre bloques este y oeste en el contexto de la guerra fría y a las dictaduras en Latinoamérica y sus respectivos conflictos.

A los postes de las avenidas principales se les pintó una franja de color de aproximadamente un metro de largo y se colgaron los banderines de este mismo color para indicar la cercanía de una sede de competencia.

Como cada avenida tenía un color diferente para indicar la proximidad con una sede (e.g. insurgentes – rojo, circuito interior – rosa); el aeropuerto se ornamentó con los banderines de todos los colores

Para los interiores de las sedes de competencias se colgaron banderines de los plafones y de los balaustres. Estos eran similares a los otros, hechos del mismo material, con los gráficos correspondientes y el color del deporte que se llevara a cabo en esa sede.

79. INFONAVIT (1972)

El artículo 123 de la constitución de 1917 establece que los patrones están obligados a proporcionar a los trabajadores habitaciones cómodas e higiénicas. Este mismo precepto quedó incorporado en la Ley Federal del Trabajo. En las décadas que sucedieron esta legislación, distintos organismos respondieron a las demandas en materia habitacional a partir de esfuerzos aislados, sin embargo, en la década de los 60, el déficit de vivienda se agravaba y las opciones de financiamiento no daban abasto para las posibilidades de los trabajadores.

En mayo de 1971, el presidente Luis Echeverría estableció la Comisión Nacional Tripartita, formada, en partes iguales, por representantes del sector obrero, empresarial y del gobierno, con el objetivo de analizar y sugerir soluciones a problemas fundamentales del país. El director del Banco de México planteó una fórmula para proporcionar vivienda a los trabajadores que consistía en reunir en un fondo nacional las aportaciones patronales del 5% del salario de cada uno de los trabajadores que tuvieran contratados para darles la oportunidad de obtener un crédito de vivienda o el derecho a que sus ahorros les sean devueltos. A partir de esta iniciativa se promulga la ley del INFONAVIT en abril de 1972 y se funda el instituto con el mismo nombre.

En 1972 se inició la construcción del primer conjunto habitacional del INFONAVIT, en Iztacalco, que buscaba alojar hasta 120 mil personas en una superficie total de 226 hectáreas. La magnitud y escala del proyecto no tenía precedentes; incluía facilidades deportivas, 4 lagos, áreas verdes, zonas de comercios, escuelas, centros sociales, un centro cívico urbano,  una gasolinera, un hospital del seguro social y un panteón. 42% de la vivienda se destinó a departamentos en multifamiliares de 5 pisos, 38% casas triplex, 20% a unifamiliares o casas solas y todos los edificios se acondicionaron con áreas de juegos, comercios y plazas.

El Rosario, fue el primer conjunto que inauguró el instituto, contando con la presencia de Luis Echeverría. Éste se conformó de 5000 unidades de vivienda además de equipamiento urbano, escuelas, comercios y elementos recreativos y ornamentales. Las viviendas quedaron distribuidas en edificios de dos, tres, cinco y doce pisos en tres tipos principales de construcción: viviendas unifamilaires, viviendas duplez y edificiops multifamiliares. Estas soluciones dotaban a cada habitante de 10m2 de espacio de vivienda. En el conjunto se hizo énfasis en generar plazas alrededor de los edificios a manera de barrios, buscando evitar contrastes con el medio urbano circundante.

80. Hotel de México (1972)

En la década de los 60 Manuel Suárez y Suárez financió la construcción de lo que pretendía ser el hotel más alto de Latinoamérica –mediría cerca 300 metros de altura– y uno de los más emblemáticos de la ciudad. El complejo que incluiría además del hotel, un centro cultural compuesto por el Polyforum Cultural Siqueiros y algunas otras instalaciones, sería construido en el predio que ocupaba el Parque de la Lama, superficie excedente de los extensos terrenos que José G de la Lama había fraccionado por medio de la Compañía De la Lama y Basurto, responsable también del fraccionamiento de las colonias Hipódromo, Mixcoac, Del Valle Sur y Polanco.

Aunque el proyecto fue planeado para inaugurarse en las olimpiadas del 68, su construcción tuvo retrasos que impidieron que se concretara para esa fecha. La torre principal se redujo de tamaño y su estructura se completó en 1972, sin embargo, para aquel entonces la obra ya había rebasado su presupuesto. Suárez y Suárez se vio obligado a detener el proyecto, y aún sin contar con recursos suficientes para continuar, rechazó créditos y apoyos financieros, así como ofertas de inversionistas y cadenas hoteleras, dejando al monumental edificio inconcluso.

Tras años de abandono, en 1992 el Banco de Comercio Exterior adjudicó el proyecto a Grupo Gutsa, después de una licitación entre cinco grupos promotores. La empresa comisionó a un grupo de arquitectos e ingenieros mexicanos para que en conjunto con algunos despachos de ingeniería de Estados Unidos y de la Universidad de Berkeley, desarrollaran el diseño estructural del World Trade Center. El autor del diseño fue el arquitecto Bosco Gutiérrez Cortina.

En 1995, el complejo, ahora conocido como World Trade Center México, abrió sus puertas, con un centro de convenciones y exposiciones, y la torre de 207 metros de altura y 50 pisos fungiendo como edificio de oficinas y quedando así como uno de los rascacielos más prominentes en la ciudad.

92. Programa de renovación de habitación popular (1985)

Los sismos de 1985 destruyeron miles de viviendas en el centro de la Ciudad de México, algunas de ellas viejas casonas o vecindades en estado ruinoso que los movimientos telúricos terminaron por derrumbar.

Como respuesta ante la emergencia se conformó el Programa Renovación Habitacional Popular, el cual marcó un hito importante en la política habitacional para estos espacios centrales. A través de éste más de 40 000 familias que arrendaban cuartos y vecindades deterioradas se volvieron propietarias de viviendas consolidadas y pudieron conservar su ubicación céntrica, sus barrios y sus formas de vida.

Meses más tarde (en mayo de 1986), y como resultado de un proceso intenso de organización de los damnificados y de negociación entre autoridades y representantes de grupos sociales, se firmó el Convenio de Concertación Democrática para la Reconstrucción de Vivienda del Programa de Renovación Habitacional Popular, mediante el cual se acordaron las condiciones en que se llevaría a cabo el Programa. En ese convenio se definió el precio y las condiciones de pago de cada uno de los tres tipos de acciones (vivienda nueva, rehabilitación y arreglos menores). Además se estableció que se repararían y construirían más de 40 000 viviendas en beneficio de cerca de 250,000 personas, en un plazo de un año y medio, a partir de los sismos de 1985.

La mayoría de las colonias en donde se aplicó el programa corresponden a las áreas más antiguas de la ciudad; por ello, el parque habitacional se caracterizó por el alto grado de deterioro, consecuencia de la temporalidad constructiva, pero también de la calidad de los materiales empleados en la construcción y de la falta de mantenimiento de los inmuebles. Se trataba de zonas con una diversidad de usos del suelo y una presencia fuerte de rentas congeladas.

De la población que fue atendida por el Programa, 67 % tenían más de 20 años de residencia en el barrio y 45 % habitaban la misma vivienda, lo que nos habla de un fuerte arraigo a la zona, pero también de la no movilidad residencial por la presencia de rentas congeladas o de inquilinato de muy bajo precio.

Fragmentos de MXCD02

Fragmentos de México Ciudad Diseño: Pasado
* Fichas informativas para objetos exhibidos
+ Mario Ballesteros (curador), Alejandro Olávarri (investigación), Sergio Galaz (investigación)
¤ MXCD02
¬ Archivo Diseño y Arquitectura
^ Centro de Investigaciones de Diseño Industrial (CIDI)
∞ octubre 2017 – enero 2018